viernes, 22 de octubre de 2010

Lo que uno aprende


Hace como dos semanas que acabé de leer mi último libro. Tiene un título, al menos su primera parte, castizo donde los haya: "Bien, coño Bien (Memorias de un hijo de la república española)". A su autor, Carlos González Alonso, el profe Carlos, le comenté a través de la principal red social del planeta que me había servido para aprender más y conocerle mejor.

El último párrafo de su obra dice lo siguiente: "Si hay algo de bueno o positivo, siquiera interesante, en todo lo que he escrito a lo largo de estas páginas, si deja una enseñanza o un recuerdo por el cual revivamos algo y vibremos de nuevo o emitamos un suspiro, una sonrisa, entonces con sólo eso se justifica con creces todos los años empleados y las memorias vertidas em este proyecto de la vida de un hijo de refugiados españoles". Ante ésto, sólo comentaré que a mí más que sonrisas me causa lágrimas, lágrimas que saben a una mezcolanza entre alegría, añoranza y nostalgia.

Las letras de este libro me sirvieron para conocer un poco mejor la historia de mi país, y también la vida, a través de un hijo de refugiados, de aquellos que tuvieron que cambiar de vida por culpa de un difícil momento histórico. Resulta muy sorprendente leer lo que otros escriben de algo que tú ya conoces, en qué se fijan ellos, cómo valoran cada cosa, etc.

También me sirvió para conocer mejor los ideales y la forma de ser de una persona que predica con el ejemplo. Que ha trabajado duro para salir adelante y que nunca deja de luchas por aquello que considera justo. Al respecto, me alegra saber que los ideales del partido al que su abuelo perteneció fueron en su día de esa manera, pero es una lástima que por desgracia la mayor parte de quienes forman hoy ese grupo no trabajan con el ahínco de entonces para que mejore la vida de los demás.

He de decir, que en un acto de egoísmo puro por mi parte, en ocasiones leía su libro como si se tratase de una carta que personalmente el profe Carlos me enviaba, como si fuese una confesión, o uno de esos momentos agradables que en ocasiones compartimos entre materia y materia mientras fumábamos un cigarro en los pasillos. Todo ello es algo que me provoca alegrías y llanto. Algunos aún me recuerdan que yo era la consentida del profesor, y yo la verdad es que con el tiempo he llegado a pensar que igual es él mi consentido, y no al revés.

De todas las personas que conozco en México, fue al primero que ví durante mi regreso, algo que me produjo una alegría que únicamente pude demostrar con lágrimas. Y a la vez, fue con el que menos tiempo pasé, por motivos sólo circunstanciales.

El profe Carlos es una persona que, aunque nos conocemos desde hace más de cuatro años sólo hemos compartido cuatro meses juntos. Para mi toda una pena, porque transmite calma, conocimiento y sabiduría aunque permanezca callado. Es curioso porque hay otras personas con las que he pasado y paso mucho más tiempo pero creo que no me han enseñado tanto.

Y es que un buen maestro no sólo transmite conocimientos o técnicas. Los maestros de verdad son aquellos que, casi sin quererlo, te enseñan a ver la vida desde el caleidoscopio de la curiosidad y el respeto. Así, tengo la certeza que pese a la distancia y el tiempo que pase, mi profe seguirá enseñándome mucho durante los próximos años, y yo volveré a llorar el día en que de nuevo pueda verlo, igual que estoy haciendo mientras acabo estas líneas.


PD: le quiero un chorro. Espero alguna vez poder conocer a sus Gamborimbos y disfrutar un poco más con su universo prof. Muchos besos desde España